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jueves, 23 de junio de 2011

El Estado Sovietico

Al menos dos veces al año se eligen delegados de toda Rusia para el Congreso de Soviets Panruso. Teóricamente estos delegados se eligen por designación popular directa; en las provincias uno por cada 125.000 votantes; en las ciudades uno por cada 25.000; sin embargo en la práctica, son normalmente elegidos por los soviets provinciales y urbanos. Se puede convocar una sesión extraordinaria del congreso en cualquier momento, a iniciativa del Comité Central Ejecutivo Panruso, o a petición de soviets que representen un tercio de la población
trabajadora de Rusia. 
Este órgano, formado por unos 2.000 delegados, se reúne en la capital en forma de gran soviet y decide sobre los asuntos esenciales de la política nacional. Elige un Comité Central Ejecutivo, como el Comité Central del Soviet de Petrogrado, que invita a los delegados de los comités centrales de todas las organizaciones democráticas. 
Este Comité Central Ejecutivo de los Soviets Panruso aumentado, es el parlamento de la República Rusa. Está formado por unas 350 personas. Entre los Congresos Panrusos es la autoridad suprema, pero no debe actuar al margen de las líneas dictadas por el último Congreso y es absolutamente responsable de todos sus actos ante el siguiente Congreso. 
Por ejemplo, el Comité Central Ejecutivo puede, y lo hizo, ordenar que se firmara el tratado de paz con Alemania. Pero no pudo hacer que este tratado vinculara a Rusia. Sólo el Congreso Panruso tiene poder para ratificar el tratado. 
El Comité Ejecutivo Central elige entre sus miembros once delegados como presidentes de comités a cargo de los diferentes departamentos del gobierno, en el lugar de los ministros. Estos delegados pueden ser destituidos en cualquier momento. Son absolutamente responsables ante el Comité Central Ejecutivo. Los delegados eligen a un Presidente. Desde que se ha constituido el Gobierno Soviético este presidente- o primer ministro- ha sido Nicolai Lenin. Si su dirección fuera insatisfactoria, Lenin podría ser destituido en cualquier momento por la
delegación de las masas del pueblo ruso o en el plazo de unas pocas semanas por el propio pueblo ruso directamente. 
La principal función de los soviets es la defensa y consolidación de la revolución. Expresan la voluntad política de las masas no sólo en los Congresos Panrusos, donde su autoridad es casi suprema. Esta centralización existe porque los soviets locales crean el gobierno central y no el gobierno central los soviets locales. A pesar de la autonomía local, sin embargo, los decretos del comité Central Ejecutivo y las órdenes de los delegados son válidos para todo el país, porque en la república Soviética no hay intereses sectoriales privados que servir, y la causa de la Revolución es en todas partes la misma. 
Observadores mal informados, la mayoría de ellos de la intelligentsia de clase media, acostumbran a decir que están a favor de los soviets, pero contra los bolcheviques. Esto es un absurdo. Los soviets son los órganos de representación más perfecta de la clase trabajadora, eso es verdad, pero son también las armas de la dictadura del proletariado, a la que todos los partidos anti-bolcheviques se oponen encarnizadamente. Así, la disposición de la gente a adherirse a la política de la dictadura del proletariado no sólo se mide por los miembros del partido
bolchevique -partido comunista, como ahora se llama-, sino también por el crecimiento y actividad de los soviets locales de Rusia. 
El ejemplo más notable de esto lo encontramos entre los campesinos, que no tomaron la dirección de la revolución, y cuyo primer y casi exclusivo interés en ella fue la confiscación de las grandes fincas. Los soviets de Diputados Campesinos no tenían al principio prácticamente otra función que la solución del problema de la tierra. Fue el fracaso en la solución a este problema el que volvió la atención de la gran masa de campesinos hacia las razones sociales que había tras este fracaso - eso, unido a la propaganda continua del ala izquierda de los partidos revolucionarios Socialistas y Bolcheviques y a la vuelta a los pueblos de los soldados revolucionarios. 
El partido tradicional de los campesinos es el Partido Socialista Revolucionario. La gran masa inerte de campesinos cuyo único interés era su tierra y que nunca había tenido fuerza luchadora ni iniciativa política, al principio rechazó tener algo que ver con los soviets. Sin embargo, aquellos campesinos que participaron en los soviets, pronto despertaron a la idea de la dictadura del proletariado. Y casi
invariablemente ingresaron y se convirtieron en partidarios del gobierno soviético. 
En el Comisariado de Agricultura de Petrogrado hay un mapa de Rusia, salpicado de alfileres rojos. Cada uno de esos alfileres representa un Soviet de Diputados Campesino. La primera vez que vi el mapa, fijado en el viejo cuartel general de los Soviets de campesinos en Fontanka, los puntos rojos se esparcían diseminados por el vasto país, y su número no aumentaba. En los primeros ocho meses de la revolución, había volosts, uyezds, provincias enteras, de hecho, donde sólo una o dos grandes ciudades y quizá unos cuantos pueblo dispersos tenían un Soviet de campesinos. Sin embargo, después de la revolución de noviembre podías ver a toda Rusia enrojecer ante tus ojos, a medida que pueblo tras pueblo, condado tras condado, provincia tras provincia, se levantaba y formaba su Consejo de Campesinos. 
En el momento de la insurrección bolchevique podría haberse elegido una Asamblea Constituyente con una mayoría anti-soviética. Un mes después esto habría sido imposible. Yo vi tres Convenciones Panrusas de Campesinos en Petrogrado. Los delegados llegaban -la gran mayoría de ellos revolucionarios socialistas del ala derecha-. Comenzaba la sesión -y siempre eran sesiones violentas- bajo la presencia de Avksentiev o Peshekhanov. En pocos días se desplazarían hacia la izquierda y serían dominados por seudo-radicales como Tchernov. Poridonova sería elegida presidenta. Entonces la minoría conservadora
se escindiría y montaría una convención alternativa que en pocos días acabaría en nada. Y la mayoría enviaría delegados para unirse a los Soviets en Smolny. Esto pasó cada una de las veces. 
Nunca olvidaré la Conferencia de Campesinos que tuvo lugar a finales de noviembre y cómo Tchernov luchó por el control y lo perdió, y esa maravillosa marcha de proletarios encanecidos por el polvo que marchaba hacia Smolny a través de las calles nevadas, cantando, con sus banderas rojo-sangre ondeando en el viento helado. Era noche cerrada. En los escalones de Smolny cientos de hombres trabajadores esperaban para recibir a sus hermanos campesinos, y, bajo la débil luz, las dos masas, una descendiendo y la otra ascendiendo, se fundieron
rápidamente y se abrazaban, y lloraban, y aplaudían. 
Los Soviets pueden aprobar decretos que supongan cambios económicos fundamentales, pero deben llevarse a cabo por las propias organizaciones populares locales. 
La confiscación y distribución de la tierra, por ejemplo, se dejó en manos de los Comités de la Tierra de los Campesinos. Estos Comités de la Tierra fueron elegidos por los campesinos a propuesta del Príncipe Lvov, el primer jefe del gobierno provisional. Con respecto a la cuestión de la tierra, fue inevitable llegar a un acuerdo, según el cual, las grandes haciendas debían ser fraccionadas y distribuidas entre los campesinos. El Príncipe Lvov pidió a los campesinos que eligieran Comités de Tierra, que no sólo debían determinar sus propias
necesidades agrícolas, sino también medir y hacer avalúo de las grandes fincas. Pero cuando estos comités de la Tierra intentaron funcionar, los propietarios los habían detenido. 
Cuando los Soviets tomaron el poder su primera acción fue promulgar el Decreto de la Tierra. Este Decreto no era siquiera un proyecto bolchevique, sino el programa del ala derecha (o moderada) del Partido Socialista Revolucionario, desarrollado a partir de varios centenares de peticiones de campesinos. El decreto abolió para siempre los títulos privados de la tierra o recursos naturales de Rusia y dejó a los Comité de Tierra la tarea de distribuir la tierra entre los campesinos, hasta que la Asamblea Constituyente resolviera finalmente la cuestión. 
Tras la disolución de la asamblea constituyente, el decreto se hizo definitivo. 
Aparte de estas pocas proposiciones generales y de una sección establecida para emigración de la población excedente en vecindarios superpoblados, los detalles de la confiscación y la distribución se dejaron enteramente a los Comités Locales de la Tierra. Kalagayev, el primer Comisario de Agricultura elaboró un detallado conjunto de reglas para guiar a los campesinos en un detallado conjunto de reglas
para guiar a los campesinos en su acción. Pero Lenin, en un discurso ante el Comité central Ejecutivo, persuadió al gobierno que dejara a los campesinos llevar el asunto de una manera revolucionaria, aconsejando solamente a los campesinos pobres que se organizaran contra los campesinos ricos ("Dejad que diez campesinos pobres se enfrenten a cada campesino rico" dijo Lenin). 
Por supuesto ningún campesino podía poseer su tierra, no obstante, podía tomar lo que la tierra le ofrecía y tratarlo como propiedad privada. Pero la política del gobierno, actuando a través del Comité Local de la Tierra, es desalentar esta tendencia. Los campesinos que quieren convertirse en propietarios pueden hacerlo, pero no son ayudados por el gobierno. Por el contrario, a los campesinos que cultivan cooperativamente se les dan créditos, simientes, herramientas, y formación en técnicas modernas. 
Adscritos a los Comités de Tierra hay expertos en agricultura i silvicultura. Para coordinar las prácticas de los Comités Locales, se elige de entre ellos un órgano central, conocido como el Comité Principal de la Tierra, que se encuentra en la capital, en estrecho contacto con el Comisariado de Agricultura. 
Cuando estalló la revolución de marzo, los propietarios y administradores de muchas plantas industriales, o bien las dejaron o fueron expulsados por los trabajadores. En las fábricas del gobierno, donde el trabajo había estado mucho tiempo a merced de burócratas irresponsables designados por el zar, se dio especialmente esta situación. 
Sin directores, encargados y en muchos casos ingenieros y contables, los trabajadores se encontraban enfrentados a la alternativa de continuar trabajando o morir de hambre. Se eligió un comité, con un delgado de cada "sección" o departamento, este comité, intentó dirigir la fábrica... Por supuesto, al principio, éste pareció un plan sin futuro. Las funciones de los diferentes departamentos podían coordinarse de ésta manera, pero la falta de formación técnica por parte de los trabajadores produjo algunos resultados grotescos. 
Finalmente se celebró la reunión del comité en una de las fábricas, donde un trabajador se levantó y dijo: "Camaradas, ¿Por qué nos preocupamos? La cuestión de los técnicos expertos no es difícil. Recordad que el jefe no era un técnico experto; el jefe no sabía ingeniería, química o contabilidad. Todo lo que hacía era poseer. Cuando quería ayuda técnica, contrataba hombres que se la proporcionaran. Bien, ahora nosotros somos los jefes. ¡Contratemos ingenieros, contables, etc., que trabajen para nosotros! 
En las fábricas estatales el problema era comparativamente simple, porque la Revolución destituyó automáticamente al "jefe" y realmente nunca lo substituyó por otro. Pero cuando los Comités de Delegados de Fábrica se extendieron a las fábricas de propiedad privada, fueron duramente combatidos por los propietarios de las fábricas, la mayoría de los cuales estaban estableciendo contactos con los sindicatos. 
En las fábricas privadas, además, los comités de delegados eran producto de la necesidad. Después de los tres primeros meses de la Revolución, durante los cuales la clase media y las organizaciones proletarias trabajaron juntas en una armonía utópica, los capitalistas industriales comenzaron a temer el poder creciente y la ambición de las organizaciones trabajadoras -igual que los propietarios en el campo temían al comité de la tierra y los oficiales a los comités de soldados y a los Soviets-. Durante aproximadamente la primera parte de junio,
comenzó la campaña más o menos consciente de toda la burguesía para detener la revolución y descomponer las organizaciones democráticas. 
Empezando por los Comités de delegados de Fábrica, los propietarios industriales planeaban barrerlo todo, incluidos los soviets. El ejército estaba desorganizado, se desviaban suministros, municiones y comida, y se entregaban posiciones reales a los alemanes, como Riga; en el campo, se persuadió a los campesinos para que guardaran el grano y provocaran desórdenes que dieron a los cosacos una excusa para "restaurar la paz"; y la industria. Más importante que todo lo demás, la
maquinaria y el propio funcionamiento de las fábricas fueron saboteados, el transporte aún más destrozado y las minas de carbón y metal y las fuentes de materias primas dañadas lo más posible. No se ahorraron esfuerzos para cerrar las fábricas y rendir a los trabajadores, a fin de que volvieran a someterse al viejo régimen industrial. 
Los trabajadores se vieron forzados a resistir a esto. El Comité de Delegados de Fábrica reaccionó y tomó el mando. Por supuesto, al principio, los trabajadores rusos cometieron absurdos errores, como se ha dicho a todo el mundo una y otra vez. Pedían salarios imposibles, intentaron llevar a cabo procesos de manufactura técnicamente complicados sin experiencia suficiente, en algunos casos incluso
pidieron al jefe que volviera bajo sus propias condiciones. 
Pero tales casos son una ínfima minoría; en la mayoría de las plantas trabajadoras eran lo bastante ingeniosos como para ser capaces de llevar la industria sin los jefes. 
Los propietarios intentaron falsificar los libros, ocultar pedidos; el Comité de Delegados de Fábrica se vio obligado a encontrar formas de control de los libros. Los propietario trataron de robar piezas de las máquinas; así, el comité tuvo que reglamentar que nada debía entrar o salir de la planta sin permiso. Cuando la fábrica iba a cerrar por falta de combustible, materias primas o pedidos, el Comité de Delegados de Fábrica tenía que enviar hombres a través de media Rusia a las minas, o al Cáucaso a por aceite, o a Crimea a por algodón; y los trabajadores
habían de enviar delegados a vender el producto. Durante el paro de los ferrocarriles, los agentes del comité tuvieron que llegar a un acuerdo con el Sindicato de Ferroviarios para el transporte de cargas. Para defenderlo contra los huelguistas, el Comité tuvo que asumir la función de contratar y relevar a trabajadores. 
Así el Comité de Delegados de Fábrica fue una creación de la anarquía rusa, forzada por la necesidad de aprender cómo aprender a dirigir la industria, para que cuando llegara el momento, los trabajadores rusos pudieran asumir el control real con pocas fricciones. 
Como ejemplo de la forma en que las masas trabajadoras juntas, está el asunto de las 200.000 cargas de carbón, que se sacaron de las carboneras de la flota de combate báltica en diciembre y fueron transferidas por los comités de marinos para mantener en funcionamiento las fábricas de Petrogrado durante la carestía del carbón. 
La Factoría Obukhov era una planta de acero que fabricaba suministros para la Armada. El presidente del comité de Obukhov era un rusoamericano, de nombre Petrovsky, bien conocido aquí como anarquista. Una día el encargado del departamento de torpedos dijo a Petrovsky que el departamento habría de cerrar, debido a la imposibilidad de obtener ciertos pequeños tubos usados por una fábrica del otro lado del río, cuya producción se había contratado para dentro de tres meses. El cierre del departamento de torpedos significaba que 400 hombres se quedarían sin trabajo. 
-"Conseguiré los tubos"- dijo Petrovsky. 
Fue directo a la fábrica, donde en vez de buscar al director, se dirigió al presidente del Comité de delegados de Fábrica local. "Camarada", dijo "si no tenemos tubos en dos días nuestro departamento de torpedos tendrá que cerrar y 400 de los chicos quedarán sin trabajo". 
El presiente pidió sus libros y descubrió que tres plantas privadas cercanas habían encargado varios miles de tubos. Él y Petrovsky visitaron inmediatamente estas tres plantas y llamaron a los Presidentes de sus Comités de delegados de Fábrica. En dos de las fábricas resultó que los tubos no se necesitaban inmediatamente; y al día siguiente se entregaron los tubos a la Fábrica Obukhov, y el departamento de torpedos no cerró. 
En Novgorod había una fábrica textil. Al estallar la revolución, el propietario se dijo a sí mismo, "tenemos problemas. No podremos obtener beneficios mientras esta revolución continúe. Cerremos el negocio hasta que la cosa se acabe". 
Así cerró la fábrica y él, los empleados de las oficinas, los químicos, ingenieros y el director, tomaron el tren a Petrogrado. Al día siguiente los trabajadores abrieron la fábrica. Pero esos trabajadores eran quizá un poco más ignorantes que la mayoría de los trabajadores. No sabían nada de procesos técnicos de manufactura, sobre la contabilidad, dirección o venta. Eligieron un Comité de Delegados de fábrica y encontraron cierta cantidad de combustible y materias primas almacenada, dispuestas para la manufactura de tela de algodón. 
No sabiendo qué se hacía con la tela de algodón una vez fabricada, primero se proveyeron en cantidad suficiente para sus familias. Después, como algunos telares estaban estropeados, enviaron a un taller de maquinaria cercano a un delegado, que propuso entregar tela a cambio de asistencia técnica. Hecho esto, llegaron a un acuerdo con la cooperativa local, para proporcionar ropa a cambio de comida. Llevaron incluso el principio del trueque al extremo de cambiar piezas de tela por combustible con los mineros de carbón de Jarkov, y por transporte con
el Sindicato de Ferroviarios. 
Pero finalmente saturaron el mercado local de tela de algodón y entonces chocaron con una demanda que el paño no podía satisfacer –el alquiler. Esto sucedía en los días del Gobierno Provisional, cuando aún existían propietarios. El alquiler había de pagarse con dinero. Así que cargaron un tren de tela y lo enviaron, a cargo de un delegado, a Moscú. El delegado dejó el tren en la estación y recorrió la calle. Entró en una sastrería y preguntó si el sastre necesitaba tela. 
-"¿Cuánta?" - Preguntó el Sastre. 
-"Un tren" - Contestó el delegado. 
-"¿A qué precio?"- 
-"No lo sé. ¿Cuánto pagas normalmente por la tela?". 
El sastre consiguió la tela casi regalada y el delegado, que nunca había visto tanto dinero junto, volvió a Novgorod enormemente contento. 
Así era como en toda Rusia los trabajadores estaban adquiriendo la formación necesaria en los fundamentos de la producción industrial e incluso la distribución, para que cuando llegara la revolución de Noviembre pudieran ocupar sus puestos en la organización del control obrero. 
En junio de 1917 se celebró la primera reunión de comités de delegados. En este momento los comités apenas se habían extendido fuera de Petrogrado. Fue una reunión notable, formada por los delegados de la actual base, la mayoría de ellos bolcheviques, algunos anarco-sindicalistas; y su razón de ser era la protesta contra las tácticas de los sindicatos. En el mundo político los bolcheviques repetían que ningún socialista tenía derecho a participar en un gobierno de coalición con la burguesía. La propia reunión de delegados de comités adoptó la
posición de tener la misma actitud hacia la industria. 
En otras palabras, los empresarios y los trabajadores no tienen ningún interés en común; ningún trabajador con conciencia de clase puede ser miembro de una mesa de arbitraje o conciliación salvó para hacer saber a los empresarios las demandas de los trabajadores. La producción industrial ha de estar absolutamente controlada por los trabajadores. 
En un primer momento los sindicatos lucharon encarnizadamente contra los Comités de Fábrica. Pero los Comités, que estaban en posición de asumir el control de la industria, consolidaron y extendieron su poder fácilmente. Muchos trabajadores podían no ver la necesidad de sindicarse, pero todos ellos veían la necesidad de participar en las elecciones del comité que controlaba sus trabajos de forma inmediata. Por otra parte los Comités de delegados reconocían el valor de los sindicatos; no se empleaba a ningún trabajador nuevo a menos que
pudiera mostrar un carné de sindicato; eran los comités de delegados los que aplicaban localmente los reglamentos de los diferentes sindicatos. En este momento los sindicatos y los Comités de Fábrica trabajaban en perfecta armonía cada uno de ellos en su ámbito. 
La propiedad privada de la industria no está aún abolida en Rusia. En muchas fábricas el propietario aún mantiene su título, y se le permite cierto beneficio limitado en su inversión, con la condición de que trabaje por el éxito y el aumento de la extensión de la empresa; pero se le ha quitado el control. Aquellas industrias cuyos propietarios intentan cerrar la puerta a sus trabajadores, o por el fraude o la fuerza tratan de obstaculizar las operaciones de la planta, son inmediatamente
confiscadas por los trabajadores. Las condiciones, las horas y salarios de todas las industrias, de propiedad privada o estatal, son uniformes. 
La razón para esta supervivencia de un semi-capitalismo en un estado proletario, reside en el pasado de la vida económica de Rusia, el estado capitalista altamente organizado circundante y la necesidad de producción industrial inmediata en Rusia, para combatir la presión de la industria extranjera. 
El agente por el que el estado controla la industria, tanta el trabajo como la producción se llama Consejo de Control de Trabajadores. Este órgano central, situado en la capital está compuesto por delegados elegidos de los Consejos del Control de los Obreros locales, los cuales están formados por miembros de Comités de Delegados de Fábricas, delegados sindicales profesionales e ingenieros técnicos y expertos. Un Comité Ejecutivo Central dirige los asuntos de cada localidad, compuesto por trabajadores comunes, pero la mayoría trabajadores de otros distritos, para que sus decisiones estén libres de cualquier interés sectorial. Los consejos locales recomiendan al Consejo Panruso la
confiscación de las fábricas, informan sobre las necesidades de combustible, materias primas, transporte y trabajos en sus distritos, y ayudan a los trabajadores en el aprendizaje para dirigir las diferentes industrias. El Consejo Panruso tiene autoridad para confiscar plantas y para igualar los recursos económicos de las diferentes localidades... 
Si no hubiera sido por las organizaciones democráticas que existían ya antes de la revolución, no hay duda de que la revolución Rusa se habría estancado hace mucho tiempo. 
La organización comercial ordinaria de distribución había sido totalmente destrozada. Sólo las sociedades cooperativas de consumidores conseguían alimentar al pueblo, y su sistema ha sido adoptado hace tiempo por los municipios, e incluso por el gobierno. 
Antes de la revolución había más de veinte millones de miembros en sociedades cooperativas en Rusia. Esta es una forma muy natural para los rusos, por su parecido con la primitiva cooperación de vida rural de Rusia durante siglos. 
En la fábrica Putilov, donde están empleados más de 40.000 trabajadores, la sociedad cooperativa alimentó, albergó e incluso vistió a más de 100.000 personas, proveyéndose del vestido en Inglaterra. 
Es este el carácter de los rusos el que olvida la gente que piensa que Rusia no puede tener ningún gobierno porque no hay fuerza central; y cuya imagen mental de Rusia es un comité servil en Moscú, dominado por Lenin, Trotsky, y mantenido por mercenarios de la Guardia Roja. 
Más bien es cierto todo lo contrario. Las organizaciones que he descrito se reproducen en casi todas las comunidades de Rusia. Y si una parte considerable de Rusia se opusiera seriamente al gobierno soviético, los Soviets no durarían ni una hora. 

Los Soviets En Accion

Entre el coro de insultos y falsedades dirigido contra los soviets rusos por parte de la prensa capitalista se puede escuchar una voz estridente que grita con una especie de pánico: "¡No hay gobierno en Rusia! ¡No hay organización entre los trabajadores rusos! ¡No funcionará! ¡No funcionará!". 
Es la táctica de la calumnia. 
Como todo auténtico socialista sabe, y como los que hemos visto la revolución rusa podemos atestiguar, existe actualmente en Moscú y en todas las ciudades y pueblos de Rusia una estructura política enormemente compleja, sostenida por la mayoría del pueblo y que funciona tan bien como ningún otro gobierno popular recién nacido ha funcionado jamás. Los trabajadores de Rusia han construido a partir de sus necesidades vitales una organización económica que está
evolucionando hacia una verdadera democracia industrial. 
El Estado Soviético está basado en los Soviets -o Consejos- de trabajadores y en los Soviets de campesinos. Estos Consejos - instituciones características de la Revolución Rusia- se originaron en 1905, cuando durante la primera huelga general de los trabajadores, las fábricas de Petrogrado y las organizaciones obreras enviaron delegados al Comité Central. Este Comité de Huelga fue llamado Consejo de Diputados Obreros. Convocó la segunda huelga general en el otoño de 1905, mandó organizaciones a toda Rusia y por un breve lapso de tiempo fue reconocido por el Gobierno Imperial como el interlocutor autorizado de la clase trabajadora revolucionaria rusa. 
Con el fracaso de la revolución de 1905, los miembros del Consejo huyeron o fueron deportados a Siberia. Pero ese tipo de unión resultó tan sorprendentemente efectiva como órgano político que todos los partidos revolucionarios incluyeron un Consejo de Diputados Obreros en su planes para un futuro levantamiento. 
En marzo de 1917, cuando ante una Rusia que brama como un océano, el zar abdicó, el Gran Duque Miguel rechazó el trono y la reclutante Duma (el seudoparlamento zarista) fue forzada a tomar las riendas del gobierno, el Consejo de Diputados Obreros renació de nuevo. En pocos días fue ampliado par incluir delegados del Ejército, pasando a llamarse Consejo de Diputados de Obreros y Soldados. Excepto Kerensky, la Duma estaba compuesta de burgueses y no tenía conexión alguna con las masas revolucionarias. La lucha había de continuar, debía restablecerse el orden, mantenerse el frente... los miembros del Comité
de la Duma no estaban en condiciones de llevar a cabo esas tareas; se vieron obligados a llamar a los representantes de los trabajadores y los soldados - en otras palabras- al Consejo. El Consejo se hizo cargo del trabajo de la revolución, de la coordinación de las actividades del pueblo, de la preservación del orden. Además asumió la tarea de asegurar la revolución contra la traición de la burguesía. 
Desde el momento en que la Duma se vio forzada a apelar al Consejo, en Rusia existieron dos gobiernos, y dos gobiernos lucharon por el poder hasta noviembre de 1917, cuando los soviets, bajo el control bolchevique, derribaron a la coalición de gobierno. 
Había, como he dicho, Soviets de diputados tanto obreros como soldados. Algo más tarde surgieron los soviets de Diputados Campesinos. En la mayoría de las ciudades los Soviets Obreros y Soldados se reunían juntos; también convocaban sus Congresos Panrusos conjuntamente. Los soviets de Campesinos, sin embrago, estaban dominados por elementos reaccionarios y no se unieron a los
obreros y soldados hasta la revolución de Noviembre y el establecimiento del Gobierno Soviético. 
¿Quiénes eran los miembros de los Soviets? 
El soviet se basa directamente en los trabajadores en las fábricas y en los campesinos en los campos. Al principio los delegados de los soviets de Obreros, Soldados y Campesinos, eran elegidos de acuerdo con reglas que variaban según las necesidades y la población de las diferentes localidades. En algunos pueblos los campesinos elegían un delegado por cada cincuenta electores. Los soldados en los cuarteles tenían derecho a un cierto número de delegados por regimiento, sin consideración a su fuerza; las tropas en el frente, sin embargo, elegían a sus soviets de manera diferente. En cuanto a los trabajadores en las grandes ciudades, pronto descubrieron que los soviets eran difíciles de manejar a menos que los delegados fuesen limitados a uno cada quinientos. De la misma manera, los primeros Congresos Panrusos de los Soviets se basaron aproximadamente en un delegado por cada veinticinco mil votantes, aunque de hecho los delegados representaban circunscripciones de varios tamaños. 
Hasta febrero de 1918 cualquiera podía votar delegados para los Soviets. Incluso si los burgueses hubieran organizado y solicitado representación en los Soviets, se les hubiera otorgado. Por ejemplo, durante los mandatos del Gobierno Provisional, hubo una representación burguesa en el Soviet de Petrogrado -un delegado de la Unión de Hombres Profesionales, que comprendía doctores, juristas, profesores, etc.-. 
El pasado marzo la constitución de los Soviets fue desarrollada con
detalle y aplicada universalmente. 
Restringía el derecho de voto a: 
Ciudadanos de todas las Repúblicas Socialistas Soviéticas de ambos sexos que hayan cumplido dieciocho años el día de las elecciones... 
Todos aquéllos que se ganen la vida a través del trabajo productivo y útil de la sociedad y que sean miembros de los sindicatos... 
Quedaban excluidos del derecho a voto: los que emplean fuerza de trabajo par obtener beneficio; las personas que viven de plusvalías; comerciantes y agentes privados de negocios; empresarios de comunidades religiosas; ex-miembros de la policía y de la gendarmería; la antigua dinastía reinante; los deficientes mentales; los sordomudos; y todos los condenados por delitos menores mezquinos e indignos. 
En cuanto a los campesinos, cada cien de ellos en lo pueblos eligen un representante para el Soviet del Volost, o Municipio. Los Soviets de los Volost envían delegados a los Soviets del Uyezd, o condado, el cual a su vez envía delegados al Soviet del Oblast, o provincia, para el cual también se eligen delegados de los Soviets de Trabajadores de las ciudades. 
El Soviet de Petrogrado de Diputados Obreros y Soldados, que operaban cuando estuve en Rusia, puede servir como ejemplo de cómo funcionan las unidades urbanas de gobierno en un estado Socialista. 
Constaba de unos 1200 diputados, y en circunstancias normales celebraba una sesión plenaria cada dos semanas. Entretanto elegía a un Comité Ejecutivo Central de 110 miembros, proporcionalmente a los partidos, y este Comité Central añadía por invitación a delegados de los comités centrales de los sindicatos, de los comités de las fábricas y de otras organizaciones democráticas. 
Junto al Soviet de la gran ciudad, existían también los Rayon, o Soviets de distrito. Estaban compuestos de diputados electos para el soviet de la ciudad por cada distrito y administraban su zona de la ciudad. Naturalmente, en algunos distritos no había fábricas y, por tanto, tampoco representación de esos distritos, ni en el Soviet de la ciudad ni en el Soviet de distrito. Pero el sistema soviético es extraordinariamente flexible, y, si los cocineros y los camareros, o los basureros, o los porteros, o los conductores de ese distrito se organizaban y solicitaban
representación, se les concedían delegados. 
Las elecciones de los delegados están basadas en la representación proporcional, lo que significa que los partidos políticos están representados en proporción exacta al número total de votantes de la ciudad. Y son los partidos políticos y los programas los que votan, no los candidatos. Los candidatos son designados por los comités centrales de los partidos políticos, que pueden reemplazarlos por otros miembros del partido. Asimismo, los delegados no son elegidos por un plazo de
tiempo determinado, sino que pueden ser revocados en cualquier momento. 
Nunca antes se creó un cuerpo político más sensible y perceptivo a la voluntad popular. Esto era necesario, pues en los períodos revolucionarios, la voluntad popular cambia con gran rapidez. Por ejemplo, durante la primera semana de diciembre de 1917 hubo desfiles y manifestaciones en favor de la Asamblea Constituyente -es decir, contra el poder soviético-. Uno de esos desfiles fue tiroteado por algún Guardia Rojo irresponsable y varias personas murieron. La reacción a esa estúpida violencia fue inmediata. Más de una docena de diputados
bolcheviques fueron cesados y reemplazados por mencheviques. Pasaron tres semanas antes de que el sentimiento popular se tranquilizara y los mencheviques fueran reemplazados uno a uno de nuevo por los bolcheviques. 

El Asalto Al Palacio

En febrero de 1917, la revolución democrática destrona al zar Nicolás 11 en unas jornadas de grandes dimensiones. En octubre (noviembre en el calendario occidental) los bolcheviques se hacen con todo el poder, aprovechando los errores del gobierno de Kerensky, y acaba con socialistas y mencheviques a imagen de la revolución rusa de 1917 ha quedado fijada para siempre por la visión que Eisenstein proporciona en su película Octubre. El asalto al Palacio de Invierno culmina una acción de masas dirigida por Lenín con un rigor implacable. La firmeza del proletariado en armas, apoyada en la capacidad organizativa y en la teoría revolucionaria del líder bolchevique, se configura como modelo para las futuras insurrecciones comunistasque integrarán el proceso revolucionario mundial.
La realidad fue, sin embargo, mucho más modesta. Las dimensiones del enfrentamiento que entre el 24 y el 26 de octubre de 1917 -calendario ortodoxo ruso lleva al poder a los bolcheviques en Petrogrado no son comparables a las de las jornadas de febrero del mismo año, en virtud de las cuales el zar Nicolás II se vio forzado a abdicar. El deseo de paz y la desmoralización del Ejército tuvieron más importancia que las consignas revolucionarias para determinar el resultado del combate. Entre los 150.000 hombres de la guarnición de la capital, el Gobierno Provisional encuentra sólo a un grupo de militantes de los partidos burgueses, a unos cosacos que desertan y a las 140 mujeres del Batallón de la Muerte para defender el Palacio de Invierno. La insurrección del 24 de octubre de 1917 surge como respuesta a la iniciativa del gobierno del socialista moderado Kerensky de cerrar sus dos diarios,Rabochi Put (sustituto de Pravda) y Soldat. Una apuesta insensata esta última, dado que en días precedentes las asambleas en los cuarteles se habían decantado en favor del Comité Militar Revolucionario, creado por los bolcheviques, y en contra del Gobierno Provisional. Desmoralizados y hambrientos, los soldados rechazaban sobre todo a quien pretendía enviarles al frente a luchar contra los alemanes. Quizá Kerensky confiaba en una reedición de los sucesos de julio, en los que la movilización bolchevique fue aplastada por las tropas. Pero, entre tanto, había fracasado el putsch militar del general Kornilov, con la consiguiente desorientación de los oficiales contrarrevolucionarios. Y, sobre todo, la lucha por el poder se planteaba por una y otra parte en términos muy diferentes. Ahora lo esencial será el control de los centros de poder en la capital (Correos, edificios del Ejército y la Administración, estaciones, periódicos) y, dada la configuración de Petrogrado a ambas orillas del Neva, el de la apertura y el cierre de los puentes.




Al alba del 24 de octubre fuerzas ocupan los periódicos bolcheviques.
Trotski, hombre clave en el movimiento de sóviets revolucionarios tanto en 1905 como en 1917, se hallaba reunido en el convento de Smolny con dirigentes del Comité Militar Revolucionario y la respuesta fue inmediata: había que oponerse al intento criminal de suprimir el Congreso de Sóviets de Todas las Rusias, convocado para el día 25, y la Asamblea Constituyente.





Por la tarde, en nombre del CMR, Trotski pudo asegurar en el sóviet de Petrogrado que toda la movilización era defensiva. Las patrullas gubernamentales opusieron una mínima resistencia y, al caer el día, no sólo los periódicos estaban liberadas, sino que Correos y Telégrafos, estaciones de ferrocarril, teléfonos, edificios públicos, incluido el Estado Mayor, y por supuesto los puentes, habían pasado sin lucha a los guardias rojos. El Gobierno quedaba aislado en el Palacio de Invierno, desde el que Kerensky solicitará sin éxito el apoyo de la guarnición. La mañana siguiente escapódisfrazado para buscar ayuda fuera de la capital.





El 25 los guardias rojos, mandados por un antiguo menchevique, Antonov Ovseenko, cercaron el Palacio y finalmente detuvieron al Gobierno, ya en la madrugada del 26. Lo esencial había sido la legitimación política obtenida en la reunión en Smolny del Congreso de Sóviets de Todas las Rusias: "En nombre del Comité Militar Revolucionario declaro que el Gobierno Provisional ya no existe!", proclamó León Trotski en nombre de su mayoría bolchevique. Mencheviques y social revolucionados abandonaron la sesión como protesta frente al putsch.




El poder ya pertenecía a los sóviets, pero el partido de Lenin no estaba dispuesto a tolerar una nueva dualidad de poderes. El día 26, mientras despuntaba una resistencia en

Moscú que dura hasta el 2 de noviembre, una nueva reunión del congreso de sóviets aprobaba «una paz democrática sin anexiones ni indemnizaciones", la entrega de la tierra a los campesinos y el establecimiento de un gobierno provisional, llamado Consejo de Comisarios del Pueblo para marcar su ruptura con el pasado burgués. Lo presidió Lenin, con Trotski en Asuntos Exteriores y Stalin de comisario para las Minorías Nacionales. El congreso de los sóviets había agotado sus funciones. Trotski desempeña el papel de protagonista en las jornadas de Octubre -comienzos de noviembre en el calendario occidental-, pero es Lenin quien con su determinación al frente del partido bolchevique crea las condiciones inmediatas y fija los objetivos revolucionanos. Apenas ha llegado desde el exilio suizo a Petrogrado bajo la protección alemana el 4 de abril de 1917, Lenin deshace las dudas sobre la postura a adoptar ante el Gobierno Provisional, encabezado entonces por el príncipe Lvov.
Sus Tesis de abril son inequívocas: ningún compromiso con el Gobierno, desenmascaramiento de su carácter capitalista, reconocimiento de que la revolución ha cumplido ya su etapa burguesa y ha de pasar a la proletaria, declaración de que la república parlamentaria es ya un objetivo político del pasado, por lo cual el partido bolchevique ha de preparar la conquista del poder bajo la consigna de "¡todo el poder para los sóviets!"







martes, 17 de mayo de 2011

El Batallon De La Muerte

También conocido como Batallón de la Muerte fue una de las medidas del Gobierno Provisional Ruso de Kerensky para hacer frente al importante número de bajas que había sufrido la nación en los años anteriores. 



Después de los sucesos de febrero de 1917 que habían llevado a que la Familia Real abandonase el poder y que un gobierno provisional tomase las riendas del pais,Rusia decidió continuar la guerra del lado de los aliados.Para reforzar las filas de cara a una futura ofensiva (y para plantar cara a los bolcheviques) se acordó en Mayo de 1917 la formacion del Batallón de la Muerte comandado por Maria Bochkareva,formado por mujeres de entre los 13 y los 25 años.Maria Bochkareva era una mujer que había servido en los años anteriores en la reserva rusa en batallones mixtos,en donde fue víctima de abusos y vejaciones por parte de sus compañeros.A pesar de lo dificil de su situación destacó en el frente por acciones valerosas y fue condecorada por ellas.Con la formación del gobierno provisional vio la posibilidad de formar una unidad compuesta integramente por mujeres. 



La mayor parte del batallón estaba compuesto por mujeres de clase media,pero también había campesinas y trabajadoras de talleres.Su número varía entre las 2.000 y 2.500 integrantes.El Batallón formó parte del 525 regimiento durante la ofensiva de junio contra el ejercito aleman,ofensiva que por cierto fue "torpedeada" por los bolcheviques desde dentro.Durante los combates sufrieron unas bajas mínimas pero Maria Bochkareva cayó prisionera al ser alcanzada por la explosión de un obús de artillería.El batallón sería disuelto y reformado después como Primer Batallón de Mujeres de Petrogrado


 Y con esta nueva organización formaron parte de la protección del Palacio de Invierno durante la Revolución de Octubre,teniéndose que disolverse debido al odio que se habían granjeado entre los bolcheviques por su apoyo al gobierno provisional y a la continuación de la guerra.Su bandera se perdió en la noche del asalto al Palacio y nunca más se sabría de ella. 

En los tiempos siguientes serían perseguidas y aquellas que caían en manos de los bolcheviques eran mutiladas,violadas y asesinadas sin remordimiento alguno.
 
Según se dice,una vez terminada la guerra su antigua comandante Maria Bochkareva,apoyada por los ingleses,intentó formar una unidad similar al Batallón de la Muerte entre los Rusos Blancos,pero no fue aceptada.Finalmente bajo protección del almirante de los Rusos Blancos Alexander Kolchak intentó crear su unidad pero fue hecha prisionera por los Rusos Rojos y asesinada.

sábado, 30 de abril de 2011

El prólogo que escribió Ernesto Sabato al Nunca Más



Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos otros países. Así aconteció en Italia, que durante largos años debió sufrir la despiadada acción de las formaciones fascistas, de las Brigadas Rojas y de grupos similares. Pero esa nación no abandonó en ningún momento los principios del derecho para combatirlo, y lo hizo con absoluta eficacia, mediante los tribunales ordinarios, ofreciendo a los acusados todas las garantías de la defensa en juicio; y en ocasión del secuestro de Aldo Moro, cuando un miembro de los servicios de seguridad le propuso al General Della Chiesa torturar a un detenido que parecía saber mucho, le respondió con palabras memorables: «Italia puede permitirse perder a Aldo Moro. No, en cambio, implantar la tortura».
No fue de esta manera en nuestro país: a los delitos de los terroristas, las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor que el combatido, porque desde el 24 de marzo de 1976 contaron con el poderío y la impunidad del Estado absoluto, secuestrando, torturando y asesinando a miles de seres humanos.
Nuestra Comisión no fue instituída para juzgar, pues para eso estan los jueces constitucionales, sino para indagar la suerte de los desaparecidos en el curso de estos años aciagos de la vida nacional. Pero, después de haber recibido varios miles de declaraciones y testimonios, de haber verificado o determinado la existencia de cientos de lugares clandestinos de detención y de acumular más de cincuenta mil páginas documentales, tenemos la certidumbre de que la dictadura militar produjo la más grande tragedia de nuestra historia, y la más salvaje. Y, si bien debemos esperar de la justicia la palabra definitiva, no podemos callar ante lo que hemos oído, leído y registrado; todo lo cual va mucho más allá de lo que pueda considerarse como delictivo para alcanzar la tenebrosa categoría de los crímenes de lesa humanidad. Con la técnica de la desaparición y sus consecuencias, todos los principios éticos que las grandes religiones y las más elevadas filosofías erigieron a lo largo de milenios de sufrimientos y calamidades fueron pisoteados y bárbaramente desconocidos.
Son muchísimos los pronunciamientos sobre los sagrados derechos de la persona a través de la historia y, en nuestro tiempo, desde los que consagró la Revolución Francesa hasta los estipulados en las Cartas Universales de Derechos Humanos y en las grandes encíclicas de este siglo. Todas las naciones civilizadas, incluyendo la nuestra propia, estatuyeron en sus constituciones garantías que jamás pueden suspenderse, ni aun en los más catastróficos estados de emergencia: el derecho a la vida, el derecho a la integridad personal, el derecho a proceso; el derecho a no sufrir condiciones inhumanas de detención, negación de la justicia o ejecución sumaria.
De la enorme documentación recogida por nosotros se infiere que los derechos humanos fueron violados en forma orgánica y estatal por la represión de las Fuerzas Armadas. Y no violados de manera esporádica sino sistemática, de manera siempre la misma, con similares secuestros e idénticos tormentos en toda la extensión del territorio. ¿Cómo no atribuirlo a una metodología del terror planificada por los altos mandos? ¿Cómo podrían haber sido cometidos por perversos que actuaban por su sola cuenta bajo un régimen rigurosamente militar, con todos los poderes y medios de información que esto supone? ¿Cómo puede hablarse de «excesos individuales»? De nuestra información surge que esta tecnología del infierno fue llevada a cabo por sádicos pero regimentados ejecutores. Si nuestras inferencias no bastaran, ahí están las palabras de despedida pronunciadas en la Junta Interamericana de Defensa por el jefe de la delegación argentina, General Santiago Omar Riveros, el 24 de enero de 1980: «Hicimos la guerra con la doctrina en la mano, con las órdenes escritas de los Comandos Superiores» . Así, cuando ante el clamor universal por los horrores perpetrados, miembros de la Junta Militar deploraban los «excesos de la represión, inevitables en una guerra sucia» , revelaban una hipócrita tentativa de descargar sobre subalternos independientes los espantos planificados.
Los operativos de secuestro manifestaban la precisa organización, a veces en los lugares de trabajo de los señalados, otras en plena calle y a la luz del día, mediante procedimientos ostensibles de las fuerzas de seguridad que ordenaban «zona libre» a las comisarías correspondientes. Cuando la víctima era buscada de noche en su propia casa, comandos armados rodeaban la manzanas y entraban por la fuerza, aterrorizaban a padres y niños, a menudo amordazándolos y obligándolos a presenciar los hechos, se apoderaban de la persona buscada, la golpeaban brutalmente, la encapuchaban y finalmente la arrastraban a los autos o camiones, mientras el resto de comando casi siempre destruía o robaba lo que era transportable. De ahí se partía hacia el antro en cuya puerta podía haber inscriptas las mismas palabras que Dante leyó en los portales del infierno: «Abandonad toda esperanza, los que entrais».
De este modo, en nombre de la seguridad nacional, miles y miles de seres humanos, generalmente jóvenes y hasta adolescentes, pasaron a integrar una categoría tétrica y fantasmal: la de los Desaparecidos. Palabra - ¡triste privilegio argentino! - que hoy se escribe en castellano en toda la prensa del mundo.
Arrebatados por la fuerza, dejaron de tener presencia civil. ¿Quiénes exactamente los habían secuestrado? ¿Por qué? ¿Dónde estaban? No se tenía respuesta precisa a estos interrogantes: las autoridades no habían oído hablar de ellos, las cárceles no los tenían en sus ¦ldas, la justicia los desconocía y los habeas corpus sólo tenían por contestación el silencio. En torno de ellos crecía un ominoso silencio. Nunca un secuestrador arrestado, jamás un lugar de detención clandestino individualizado, nunca la noticia de una sanción a los culpables de los delitos. Así transcurrían días, semanas, meses, años de incertidumbres y dolor de padres, madres e hijos, todos pendientes de rumores, debatiéndose entre desesperadas expectativas, de gestiones innumerables e inutiles, de ruegos a influyentes, a oficiales de alguna fuerza armada que alguien les recomendaba, a obispos y capellanes, a comisarios. La respuesta era siempre negativa.
En cuanto a la sociedad, iba arraigándose la idea de la desprotección, el oscuro temor de que cualquiera, por inocente que fuese, pudiese caer en aquella infinita caza de brujas, apoderándose de unos el miedo sobrecogedor y de otros una tendencia consciente o inconsciente a justificar el horror: «Por algo será», se murmuraba en voz baja, como queriendo así propiciar a los terribles e inescrutables dioses, mirando como apestados a los hijos o padres del desaparecido. Sentimientos sin embargo vacilantes, porque se sabía de tantos que habían sido tragados por aquel abismo sin fondo sin ser culpable de nada; porque la lucha contra los «subversivos», con la tendencia que tiene toda caza de brujas o de endemoniados, se había convertido en una represión demencialmente generalizada, porque el epiteto de subversivo tenía un alcance tan vasto como imprevisible. En el delirio semántico, encabezado por calificaciones como «marxismo-leninismo», «apátridas» , «materialistas y ateos» , «enemigos de los valores occidentales y cristianos» , todo era posible: desde gente que propiciaba una revolución social hasta adolescentes sensibles que iban a villas-miseria para ayudar a sus moradores. Todos caían en la redada: dirigentes sindicales que luchaban por una simple mejora de salarios, muchachos que habían sido miembros de un centro estudiantil, periodistas que no eran adictos a la dictadura, psicólogos y sociólogos por pertenecer a profesiones sospechosas, jóvenes pacifistas, monjas y sacerdotes que habían llevado las enseñanzas de Cristo a barriadas miserables. Y amigos de cualquiera de ellos, y amigos de esosamigos, gente que había sido denunciada por venganza personal y por secuestrados bajo tortura. Todos, en su mayoría inocentes de terrorismo o siquiera de pertenecer a los cuadros combatientes de la guerrilla, porque éstos presentaban batalla y morían en el enfrentamiento o se suicidaban antes de entregarse, y pocos llegaban vivos a manos de los represores.
Desde el momento del secuestro, la víctima perdía todos los derechos; privada de toda comunicación con el mundo exterior, confinada en lugares desconocidos, sometida a suplicios infernales, ignorante de su destino mediato o inmediato, susceptible de ser arrojada al río o al mar, con bloques de cemento en sus pies, o reducida a cenizas; seres que sin embargo no eran cosas, sino que conservaban atributos de la criatura humana: la sensibilidad para el tormento, la memoria de su madre o de su hijo o de su mujer, la infinita verguenza por la violación en público; seres no sólo poseídos por esa infinita angustia y ese supremo pavor, sino, y quizás por eso mismo, guardando en algún rincón de su alma alguna descabellada esperanza.
De estos desamparados, muchos de ellos apenas adolescentes, de estos abandonados por el mundo hemos podido constatar cerca de nueve mil. Pero tenemos todas las razones para suponer una cifra más alta, porque muchas familias vacilaron en denunciar los secuestros por temor a represalias. Y aun vacilan, por temor a un resurgimiento de estas fuerzas del mal.
Con tristeza, con dolor hemos cumplido la misión que nos encomendó en su momento el Presidente Constitucional de la República. Esa labor fue muy ardua, porque debimos recomponer un tenebrosos rompecabezas, después de muchos años de producidos los hechos, cuando se han borrado liberadamente todos los rastros, se ha quemado toda documentación y hasta se han demolido edificios. Hemos tenido que basarnos, pues, en las denuncias de los familiares, en las declaraciones de aquellos que pudieron salir del infierno y aun en los testimonios de represores que por oscuras motivaciones se acercaron a nosotros para decir lo que sabían.
En el curso de nuestras indagaciones fuimos insultados y amenazados por los que cometieron los crímenes, quienes lejos de arrepentirse, vuelven a repetir las consabidas razones de «la guerra sucia» , de la salvación de la patria y de sus valores occidentales y cristianos, valores que precisamente fueron arrastrados por ellos entre los muros sangrientos de los antros de represión. Y nos acusan de no propiciar la reconciliación nacional, de activar los odios y resentimientos, de impedir el olvido. Pero no es así: no estamos movidos por el resentimiento ni por el espíritu de venganza; sólo pedimos la verdad y la justicia, tal como por otra parte las han pedido las iglesias de distintas confesiones, entendiendo que no podrá haber reconciliación sino después del arrepentimiento de los culpables y de una justicia que se fundamente en la verdad. Porque, si no, debería echarse por tierra la trascendente misión que el poder judicial tiene en toda comunidad civilizada. Verdad y justicia, por otra parte, que permitirán vivir con honor a los hombres de las fuerzas armadas que son inocentes y que, de no procederse así, correrían el riesgo de ser ensuciados por una incriminación global e injusta. Verdad y justicia que permitirán a esas fuerzas considerarse como auténticas herederas de aquellos ejércitos que, con tanta heroicidad como pobreza, llevaron la libertad a medio continente.
Se nos ha acusado, en fin, de denunciar sólo una parte de los hechos sangrientos que sufrió nuestra nación en los últimos tiempos, silenciando los que cometió el terrorismo que precedió a marzo de 1976, y hasta, de alguna manera, hacer de ellos una tortuosa exaltación. Por el contrario, nuestra Comisión ha repudiado siempre aquel terror, y lo repetimos una vez más en estas mismas páginas. Nuestra misión no era la de investigar sus crimenes sino estrictamente la suerte corrida por los desaparecidos, cualesquiera que fueran, proviniesen de uno o de otro lado de la violencia. Los familiares de las víctimas del terrorismo anterior no lo hicieron, seguramente, porque ese terror produjo muertes, no desaparecidos. Por lo demás el pueblo argentino ha podido escuchar y ver cantidad de programas televisivos, y leer infinidad de artículos en diarios y revistas, además de un libro entero publicado por el gobierno militar, que enumeraron, describieron y condenaron minuciosamente los hechos de aquel terrorismo.
Las grandes calamidades son siempre aleccionadoras, y sin duda el más terrible drama que en toda su historia sufrió la Nación durante el periodo que duró la dictadura militar iniciada en marzo de 1976 servirá para hacernos comprender que únicamente la democracia es capaz de preservar a un pueblo de semejante horror, que sólo ella puede mantener y salvar los sagrados y esenciales derechos de la criatura humana. Unicamente así podremos estar seguros de que NUNCA MÁS en nuestra patria se repetirán hechos que nos han hecho trágicamente famosos en el mundo civilizado.

martes, 22 de febrero de 2011

Karl Marx


Pensador socialista y activista revolucionario de origen alemán (Tréveris, Prusia occidental, 1818 - Londres, 1883). Karl Marx procedía de una familia judía de clase media (su padre era un abogado convertido recientemente al luteranismo). Estudió en las universidades de Bonn, Berlín y Jena, doctorándose en Filosofía por esta última en 1841.
Desde esa época, el pensamiento de Marx quedaría asentado sobre la dialéctica de Hegel, si bien sustituyó el idealismo de éste por una concepción materialista, según la cual las fuerzas económicas constituyen la infraestructura que determina en última instancia los fenómenos «superestructurales» del orden social, político y cultural.

En 1843 se casó con Jenny von Westphalen, cuyo padre inició a Marx en el interés por las doctrinas racionalistas de la Revolución francesa y por los primeros pensadores socialistas. Convertido en un demócrata radical, Marx trabajó algún tiempo como profesor y periodista; pero sus ideas políticas le obligaron a dejar Alemania e instalarse en París (1843).
Por entonces estableció una duradera amistad con Friedrich Engels, que se plasmaría en la estrecha colaboración intelectual y política de ambos. Fue expulsado de Francia en 1845 y se refugió en Bruselas; por fin, tras una breve estancia en Colonia para apoyar las tendencias radicales presentes en la Revolución alemana de 1848, pasó a llevar una vida más estable en Londres, en donde desarrolló desde 1849 la mayor parte de su obra escrita. Su dedicación a la causa del socialismo le hizo sufrir grandes dificultades materiales, superadas gracias a la ayuda económica de Engels.

Marx partió de la crítica a los socialistas anteriores, a los que calificó de «utópicos», si bien tomó de ellos muchos elementos de su pensamiento (de autores como Saint-Simon, Owen o Fourier); tales pensadores se habían limitado a imaginar cómo podría ser la sociedad perfecta del futuro y a esperar que su implantación resultara del convencimiento general y del ejemplo de unas pocas comunidades modélicas.
Por el contrario, Marx y Engels pretendían hacer un «socialismo científico», basado en la crítica sistemática del orden establecido y el descubrimiento de las leyes objetivas que conducirían a su superación; la fuerza de la Revolución (y no el convencimiento pacífico ni las reformas graduales) serían la forma de acabar con la civilización burguesa.

En 1848, a petición de una Liga revolucionaria clandestina formada por emigrantes alemanes, Marx y Engels plasmaron tales ideas en el Manifiesto Comunista, un panfleto de retórica incendiaria situado en el contexto de las revoluciones europeas de 1848.
Posteriormente, durante su estancia en Inglaterra, Marx profundizó en el estudio de la economía política clásica y, apoyándose fundamentalmente en el modelo de David Ricardo, construyó su propia doctrina económica, que plasmó en El Capital; de esa obra monumental sólo llegó a publicar el primer volumen (1867), mientras que los dos restantes los editaría después de su muerte su amigo Engels, poniendo en orden los manuscritos preparados por Marx.
Partiendo de la doctrina clásica, según la cual sólo el trabajo humano produce valor, Marx denunció la explotación patente en la extracción de la plusvalía,es decir, la parte del trabajo no pagada al obrero y apropiada por el capitalista, de donde surge la acumulación del capital. Criticó hasta el extremo la esencia injusta, ilegítima y violenta del sistema económico capitalista, en el que veía la base de la dominación de clase que ejercía la burguesía.
Sin embargo, su análisis aseguraba que el capitalismo tenía carácter histórico, como cualquier otro sistema, y no respondía a un orden natural inmutable como habían pretendido los clásicos: igual que había surgido de un proceso histórico por el que sustituyó al feudalismo, el capitalismo estaba abocado a hundirse por sus propias contradicciones internas, dejando paso al socialismo. La tendencia inevitable al descenso de las tasas de ganancia se iría reflejando en crisis periódicas de intensidad creciente hasta llegar al virtual derrumbamiento de la sociedad burguesa; para entonces, la lógica del sistema habría polarizado a la sociedad en dos clases contrapuestas por intereses irreconciliables, de tal modo que las masas proletarizadas, conscientes de su explotación, acabarían protagonizando la Revolución que daría paso al socialismo.
En otras obras suyas, Marx completó esta base económica de su razonamiento con otras reflexiones de carácter histórico y político: precisó la lógica de lucha de clases que, en su opinión, subyace en toda la historia de la humanidad y que hace que ésta avance a saltos dialécticos, resultado del choque revolucionario entre explotadores y explotados, como trasunto de la contradicción inevitable entre el desarrollo de las fuerzas productivas y el encorsetamiento al que las someten las relaciones sociales de producción.
También indicó Marx el sentido de la Revolución socialista que esperaba, como emancipación definitiva y global del hombre (al abolir la propiedad privada de los medios de producción, que era la causa de la alienación de los trabajadores), completando la emancipación meramente jurídica y política realizada por la Revolución burguesa (que identificaba con el modelo francés); sobre esa base, apuntaba hacia un futuro socialista entendido como realización plena de las ideas de libertad, igualdad y fraternidad, como fruto de una auténtica democracia; la «dictadura del proletariado» tendría un carácter meramente instrumental y transitorio, pues el objetivo no era el reforzamiento del poder estatal con la nacionalización de los medios de producción, sino el paso -tan pronto como fuera posible- a la fase comunista en la que, desaparecidas las contradicciones de clase, ya no sería necesario el poder coercitivo del Estado.
Marx fue, además, un incansable activista de la Revolución obrera. Tras su militancia en la diminuta Liga de los Comunistas (disuelta en 1852), se movió en los ambientes de los conspiradores revolucionarios exiliados, hasta que, en 1864, la creación de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) le dio la oportunidad de impregnar al movimiento obrero mundial de sus ideas socialistas. Gran parte de sus energías las absorbió la lucha, en el seno de aquella primera Internacional, contra el moderado sindicalismo de los obreros británicos y contra las tendencias anarquistas continentales representadas por Proudhon y Bakunin. Marx triunfó e impuso su doctrina como línea oficial de la Internacional, si bien ésta acabaría por hundirse como efecto combinado de las divisiones internas y de la represión desatada por los gobiernos europeos a raíz de la revolución de la Comuna de París (1870).
Retirado desde entonces de la actividad política, Marx siguió ejerciendo su influencia a través de sus discípulos alemanes (como Bebel o Liebknecht); éstos crearon en 1875 el Partido Socialdemócrata Alemán, grupo dominante de la segunda Internacional que, bajo inspiración decididamente marxista, se fundó en 1889.
Muerto ya Marx, Engels asumió el liderazgo moral de aquel movimiento y la influencia ideológica de ambos siguió siendo determinante durante un siglo. Sin embargo, el empeño vital de Marx fue el de criticar el orden burgués y preparar su destrucción revolucionaria, evitando caer en las ensoñaciones idealistas de las que acusaba a los visionarios utópicos; por ello no dijo apenas nada sobre el modo en que debían organizarse el Estado y la economía socialistas una vez conquistado el poder, dando lugar a interpretaciones muy diversas entre sus seguidores.
Dichos seguidores se escindieron entre una rama socialdemócrata cada vez más orientada a la lucha parlamentaria y a la defensa de mejoras graduales salvaguardando las libertades políticas individuales (Kautsky, Bernstein, Ebert) y una rama comunista que dio lugar a la Revolución bolchevique en Rusia y al establecimiento de Estados socialistas con economía planificada y dictadura de partido único (Lenin, Stalin, Mao).